La Inmaculada (Alonso Cano)
1662 - 1663
4,50 x 2,50 m. aprox.
El esquema compositivo del modelo granadino de "La Inmaculada" de Cano es uno de los más emblemáticos del barroco español y uno de los temas iconográficos más conocidos del artista. Síntesis de la obra de Cano como dibujante, escultor y pintor, supone uno de los ejemplos de la obra madurada a través del tiempo, que ha visto una evolución en su esquema iconográfico, en su policromía y en el concepto ideológico religioso.
La joven Virgen viste túnica blanca y manto azul atravesado en diagonal sobre el hombro y recogido por la cintura, lo que acentúa un volumen en el centro en contraste con el progresivo estrechamiento en los extremos superior e inferior, efecto que aporta ingravidez a la imagen, pareciendo estar suspendida en el vacío, como flotando queriéndose elevar, sensación que acentúan los ángeles niños que empujan la nube para elevar la monumental imagen de ademán solemne y majestuoso, en claro paralelismo a la representación iconográfica de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos.
A los pies otros ángeles niños, dos a cada lado, sostienen lirios y azucenas. Se incorpora a la representación los símbolos del texto apocalíptico que desde los Padres de la Iglesia se aplica a la Inmaculada Concepción: "Una mujer envuelta en sol, con la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas" (Ap. 12,1). Estos elementos incorporados al tema pictórico confieren al conjunto un especial valor plástico y una inigualable fuerza colorista. El cuerpo de la Virgen se nos presenta literalmente envuelto en un gran sol de vivo color amarillo nápoles que le sirve de fondo, a la vez que destaca el blanco de la túnica y el intenso azul del manto; al mismo tiempo los querubines de sus pies están envueltos en una transparente luna blanca magistralmente pintada. Detrás de la cabeza un resplandeciente halo brillante y luminoso rodeado por doce estrellas. Destaca el carácter escultórico inigualablemente conseguido que Cano imprime a sus pinturas, dando la sensación de volúmenes superpuestos al lienzo.
En la parte superior la paloma, atributo del Espíritu Santo, sobre la cabeza dirigida suave y levemente hacia la izquierda, mientras las manos, desviadas hacia la derecha, se juntan rozándose en la punta de los dedos. La mirada, perdida en lo profundo, no se dirige al espectador sino a su interior en una mirada introspectiva sobre su mismo ser. Y por encima de todo la sobrecogedora belleza espiritual en íntima relación con su hermosura terrenal. En absoluto pretende ser retrato del natural sino idealización del canon cuasi platónico de la belleza femenina, interpretada en lo irreal del sueño a la vez que cercana para despertar emoción y sentimiento trascendente en el corazón del que la contempla.
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